Presente pasado

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Hoy toca entrada en la que divago sobre tonterías, así que las palabras que se van a apelotonar de ahora en adelante lo harán conforme a los caóticos y finos hilos de mi subjetividad. En el consumo habitual de productos culturales que hace esta nuestra vida un poquito más amena (no demasiado) me he dado cuenta de algo muy triste. Y es que probablemente, muchas de las grandes creaciones que están surgiendo actualmente dentro de este ámbito pienso que no van a perdurar.  Es una tragedia considerable, dentro de nuestras humanas dimensiones, que son ridículas en sí mismas, pero en eso no voy a entrar. A nuestro nivel, considerando que el paso del ser humano por el universo ha tenido cierto valor, aunque sea irónico, que todo este material se apolille tras unos años es un crimen. Libros, series, películas, juegos… Se van a olvidar, van a quedar amontonados en algún cajón lleno de trastos y de polvo, y no es justo. Sobre todo, ahora que se supone que estamos interconectados y la época de la información y no sé qué historias más. Y esto se debe, pienso yo, a dos principales causas. 


Una es la inmediatez. La cultura del consumismo rápido, en la que queremos devorar muchas cosas, muy pronto, y que sean muy nuevas. O por lo menos, que lo parezcan. En todas las esferas de nuestra vida, esto es desastroso. Todo es repentino, estresante e incierto; características que son auténticas putadas pero suelen disfrazadas de fluidez, dinamismo, sorprendente… Pero traducido al mundo de las creaciones culturales, esto supone tener casi obligada una temática de lo actual para poder pasar por algo moderno. Es decir, hay cosas que son auténticos petardos que intentan venderse a sí mismos como un producto decente simplemente por hablar de alguna chorradita que sea lo que se lleve en aquel momento. Me explico muy mal, pero los ejemplos son muy sencillos: los capítulos de Los Simpson hoy en día necesitan pivotar su trama en torno a Lady Gaga o que los niños se hacen Twitter para que alguien les preste atención. No es que tengan una historia que contar en un contexto actual (la película Chef, que es estupenda, es un ejemplo perfecto de cómo hacerlo bien), es que esa es la historia. Podríamos perdonárselo si al menos fueran graciosos, pero duele verlos. Literalmente, me atrevo a decir. En tiempos mejores Los Simpson se burlaba de esa necesidad de calzar referencias modernillas para que los jóvenes te presten algo de atención, y miren ahora. El mismo asco me dan las comedias veraniegas en las que en el avance, donde intentan concentrar las escenas con más chistes, precisamente se ve forzadísimo a colar alguna morcilla sobre algo millennial. Había una sobre una familia de clase media-alta americana al que le sucedía algo inesperado que desencadenaba una serie de disparatadas y tronchantes consecuencias y un supuesto highlight era que una señora así sin ton ni son decía “directo a Instagram”. ¡Jajajajajaja! ¡INSTAGRAM! ¿Eh? ¡Nosotros también la usamos, qué bueno! Casi tanto como que te pase un tanque por la tráquea. Lo peor es que esta es la manera de acercarnos a las juventudes que se nos propone a los profesores, futuros y presentes. No creo que sea la correcta.

Si bien la anterior podría considerarse lógica dentro de la sociedad de consumo sumada a las nuevas tecnologías que ponen en bandeja la posibilidad de comprar productos a cualquier hora y en cualquier lugar, la otra razón es más bien… Estúpida. No soy sociólogo, no conozco qué corriente de pensamiento ha llevado hasta esto que estamos viviendo hoy en día, no soy capaz de ver todos los hilos en la sombra… Pero el caso es que existe ahora mismo, un auténtico culto a la nostalgia. Podría quedarme en la vagancia de Hollywood y cualquier otra industria en general para inventar cosas nuevas y recurrir a remakes, reboots y remierdas; es algo más que eso, parece ser. Porque cuando el cine recurre a una obra pasada, una manada de fans salida de ninguna parte se rasga las vestiduras. “¡Van a destruir mi infancia!”, gritan a una nube. “Cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero pasado de rosca. Ya no hay nada que hacer si una película, por ejemplo, se ha ganado el título de “clásico atemporal”, o “de culto”. El tiempo se congela, y los admiradores continúan venerándola ignorando todo lo demás. Puede ser que realmente, esos productos se merezcan esa posición. De hecho, y a causa del primer motivo del que he escrito, precisamente las cosas que se hacen hoy es más improbable que se conviertan en clásicos, porque al cabo de los años, ese chiste con la app del momento estará desfasado, y nadie lo entenderá después. Por el contrario, los clásicos auténticos no envejecen nunca. Pero siendo justos, se siguen creando grandes cosas actualmente, pero parece ser que duran menos. ¿Cuál es el clásico de Disney más reciente? ¿Dentro de 50 años ascenderá El Emperador y Sus Locuras de estatus, por decir una, o se seguirá hablando para siempre de Blancanieves, La Cenicienta, etc.? ¿Qué es lo que tienen en común esas creaciones imperecederas? ¿Calidad? No, hay gente apretando los puños muy fuertemente porque van a hacer un remake de los Power Rangers. ¡Los Power Rangers! “¡Van a destruir mi infancia!”, ya han dicho por ahí. Yo los veía con siete años, y ya sabía que eran una puta mierda. Que los veía y jugaba a ser uno, una cosa no quita la otra, pero por favor. No, lo que creo que pasa es que la generación del boom de lo audiovisual ha crecido, y como fueron los primeros, ahora no dejan de dar la murga con eso. Una forma renovada de las batallitas del abuelo. Pasa un poco con todo, en el fondo. “¡La primera generación de Pokémon será la mejor!”, también dicen. Lo que permite el centrar esos gruñidos incoherentes atascados en el pasado en un mismo producto bajo el paragüas del fandom es que se organicen, sean mucho más pesados, y además la tontería nostálgica se capitalice. Los libros estos de “Yo fui a EGB” que se venden, pero vamos a ver… ¿A quién puñetas le importa? 

Puede parecer contradictorio que dos cosas tan aparentemente contradictorias, como agarrarse o bien a un presente fugaz o a un pasado inalterable, al final tengan un desenlace común, el de impedir que nuevas cosas tengan la oportunidad de recordarse en el futuro. Los vagos que se suban al carro fácil de atraer con la actualidad van a quedarse desfasados en dos días, y los que no, se encontrarán que habiendo obras veneradas desde hace décadas, para qué se va a molestar nadie en buscar cosas nuevas. Supongo que habrá excepciones, y dentro de cien años, si la humanidad sigue existiendo, Canción de Hielo y Fuego, por ejemplo, seguirá siendo una saga básica para la literatura fantástica. Quién sabe si obstaculizando a futuras novelas que pueden ser igual de buenas… Mientras tanto, parece que vamos a seguir anclados al pasado, reciclando cosas una y otra vez con los ojos vendados a lo nuevo. Como recientemente ha escrito el maravillo Ignatius Farray (no exactamente al hilo de este tema, pero sí aplicable), “algún día nuestra época será juzgada por poner el prefijo POST en vez de imaginarnos nuevas realidades y quedaremos como unos gilipollas”.

¡Gracias por leerme!

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