El Anillo de los Campeones: La Marioneta Oscura

11:57

El café de aquel día estaba mejor que de costumbre, lo cual era muy difícil.

—¡Hoy te ha salido de muerte, jefe!

—¡De nada, hombre! 

—Ay, tú y tus cafés, ¿eh, Luisín? —comentó socarrón Pedro, un día más. 

—Coño, yo podría decirte lo mismo de la cerveza.

—¡Bueno, yo no me pongo tan pesado!

—¡Eso lo dirás tú! —dijo Carla en medio de los dos.

Se echaron a reír. Era grato poder tomar algo con sus compañeros al salir de los almacenes. El ambiente dentro era muy acogedor, ayudado por el espantoso frío que hacía fuera. Un zumbido le sacudió el bolsillo.

—¡Ey, venga, deja el móvil un momento! ¿No has visto el cartel?

—Sí, Carla, lo he visto…

“No hay WiFi, hablen entre ustedes”. Al margen de la ingeniosa cuñadez que ya colgaba de la mitad de los bares del país, no podía dejar el móvil desatendido. Aunque no tuviera WiFi, ni datos, ni hubiera cobertura, había una señal que siempre le llegaba. Mala señal. Como la que le acababa de recibir.

“Cuartel en media hora”.

—Lo siento, chicos, tengo que irme ya, es urgente.

—Ay, ya estamos con las prisas… —suspiró Pedro.

—Venga, anda, ve —dijo Carla. 

Se despidió, dejó el dinero en la barra y el calor de la cafetería y se adentró en el frío del exterior. Soplaba un viento espantoso y el sol ya se agazapaba entre las nubes del horizonte. La reunión se había adelantado un cuarto de hora y ahora tenía que darse prisa en llegar a su casa a por el equipo. Antes de que lo hiciera, ya se había hecho de noche. No vivía en un barrio especialmente iluminado, y muchas de las farolas guiñaban a ratos, o estaban rotas directamente.

«Venga, vamos, vamos, vamos».

Se echó a correr. Solo correr. La calle seguía llena de gente.  Entró  repentinamente en el portal, sin luz. Apretó el botón del ascensor temblando. Ruidos. La puerta se abrió y soltó un chorro de cálida luz desde el interior. Suspiró aliviado y entró, enfrentándose con el reflejo del espejo. Estaba sudando, aliviado bajo las luces de un ruinoso ascensor de un bloque de pisos. No se le habían quitado los temblores. Qué vergüenza. Cómo podría contarle esto a alguien del Anillo… Salió del ascensor y abrió la puerta de su piso. Buscó el interruptor a la derecha, y el pasillo apareció ante sus ojos. Tenía que darse prisa. Un tanto clásico, pero si movía justo un libro de la estantería… La pared de su salón se abrió como una puerta corredera, dejando a la vista un compartimento de máxima seguridad. Nada más tocarlo con la palma de la mano, se abrió. Su traje. 

Con la armadura de fibras de poliamida, su pañuelo para taparle la cara y un sobretodo chamuscado por encima, ya no era Luis el dependiente, sino Fantasma de Ceniza. Se incineró y salió volando por la ventana, mecido por el viento. Sus cenizas revolotearon hasta llegar a una azotea de un edificio abandonado. Por supuesto, no había luz, ni siquiera en el ascensor. Empezaba a odiar los ascensores también. Se agazapó contra una esquina. La respiración se le desbocó. Sólo serían unos segundos más. Ya se encontraba por debajo del nivel del suelo. Se detuvo. La luz volvió a bañarle, esta vez entrando desde fuera al pequeño espacio donde se encontraba. Se puso de pie y salió, fingiendo compostura. 

—Fantasma, llegas tarde —le dijo Choque. 

—Se supone que faltan quince minutos.

—Ha habido un imprevisto —explicó Llamanegra—. Hemos interceptado una señal y El Titiritero vuelve a su base antes de tiempo. 

—Genial. ¿Qué hacemos?

—Subirnos ahora mismo en el jet y robar los planos antes de que llegue.

—Dios, qué estrés. 

El Anillo de Campeones era un grupo de héroes especializados en la infiltración y el sigilo. No eran tan reconocidos como los superhéroes americanos, ni tenían tantos recursos. Esa base, que era apenas una habitación grande con varios ordenadores y poco más, en la que trabajaban cinco ayudantes que se ocupaban de contactar con otros héroes, interceptar información y hackear sistemas enemigos, ya daba cuenta de su precariedad. Los superhéroes normalmente conseguían financiación de algún organismo mundial, o ellos mismos eran millonarios, pero no era el caso. Choque era charcutero, LePoison tenía una librería y Llamanegra estaba en paro. Lo poco que tenían era donado de la Liga de Defensores, los justicieros populares del país, que tampoco les tomaban demasiado en serio. Para mandarles los trabajos sucios eran mucho más generosos. Lo poco que tenían era equipo viejo de la Liga. No era la mejor de las situaciones, pero eran humanos con poderes extraordinarios, y habían jurado hace tiempo utilizarlos para hacer el bien. 

—Venga, todos a bordo, crucemos los dedos para que esto no explote antes de llegar —dijo LePoison en el asiento de piloto. Era la única que se había atrevido a aprender a manejar el vehículo. Un larguísimo túnel conectaba la base con una plataforma de despegue que emergía a las afueras de la ciudad, en mitad del campo. 

—No está tan ruinoso, Ana.

—Ya veremos. Abróchense los cinturones, modo invisible… ¡Despegamos!

El Titiritero era la identidad con la que se referían a Mathis Goosens, un multimillonario empresario belga propietario de una compañía de software. De cara a la galería era todo lo inocente que puede ser un multimillonario empresario belga, que es poco. Sin embargo, en círculos más bajos y paralelos a lo legal, operaba cruelmente con el respaldo de un ejército privado. Si bien otras personalidades malignas más directas se inclinaban por sembrar el terror con su propia cara, él chantajeaba o sobornaba a líderes mundiales, aunque ellos bien sabían que tenía mantenía tratos fructíferos con los supervillanos megalómanos de toda la vida. Tenía multitud de mansiones por todo el mundo. Se dirigían al Castillo Goosens, en los Pirineos, donde se encontraba una de ellas. Aterrizaron donde pudieron, y bajaron un biciclo enorme que supuestamente podría escalar las escarpadas y nevadas sendas de la montaña.

—Ana, es la primera vez que nos subimos a esta cosa, ¿vas a saber conducir también?

—Claro, no puede ser muy distinto, Fantasma. 

—Chicos, puedo ir volando, en serio. Chicos… No, no arranques, nooOOOOO…

El castillo, que coronaba una de las cimas, era imponente aun en la oscuridad. LePoison le echó un ojo a toda la muralla y las puertas con su casco de visión nocturna. 

—Hay todo un destacamento armado vigilando. 

—Entonces no vamos a entrar llamando a la puerta, ¿no? —dijo Choque con pena.

—Fantasma puede colarse y buscar una entrada, ¿verdad?

—Sí. Creo que sí. 

—Te esperamos aquí, Fantasma —se despidió Llamanegra—. Es una pena que tu poder no te permita llevar ningún aparato para informarnos… Así que intenta darte prisa. Hace un frío que ni mi fuego puede calentar. 

—¿No? Pues yo ya estoy… ¡QUEMADO! —Y se incineró con un chasquido. Era parte del trabajo de un héroe tener sus chistes estúpidos y trajes horteras.

Transformado en un hilo de ceniza, sobrevoló el castillo. A pesar del riesgo a congelarse, un centenar de guardias vigilaban el perímetro, armados hasta los dientes. Su equipo era el mejor que el dinero podía permitir, y por muchos poderes que tuvieran las balas les atravesaban si les acertaban. Choque podía repelerlas si se enfrentaba a grupos pequeños, y él siendo ceniza estaba relativamente seguro. Era su carta de triunfo cuando todo lo demás fallaba. Siempre podía quedarse en una esquina, amontonado, y emerger de golpe. Siempre, excepto que estuviera oscuro. Y al colarse por la rendija de un ventanal, volver a materializarse y doblar una esquina, se hizo la oscuridad. 

«Tranquilo, tranquilo, vuelve hacia atrás».

Llamanegra había sido muy oportuna con su comentario. El resto llevaba teléfonos, cascos, inhibidores, todo tipo de aparatos electrónicos. Él no podía ni llevar una asquerosa linterna. Sólo podía llevar encima ropa u objetos orgánicos. Nada de metal, nada electrónico. Mientras hubiera luz, no le suponía miedo alguno enfrentarse a quien sea, pero sin luz, estaba él, solo en la oscuridad. 

Tenía que retroceder, volver por donde había venido. Se oyeron voces. No podía incinerarse en la oscuridad, le suponía una concentración y un esfuerzo imposibles de alcanzar en esa situación. La incineración ni siquiera emitía luz. Tenía que correr hacia delante. Adentrarse más en la boca del lobo. A tientas abrió el portón y lo cerró detrás de sí. Ya no podía avanzar más. No sabía que había en la habitación, le era imposible dar un paso. Podría haber un abismo, una trampa, un demonio en cualquier parte. Un sudor frío le recorría ya la frente. Se mareaba. Y entonces, recibió un golpe. 

—¡Aaaaah! 

—Vaya, pagece que el gatón ha caído en la tgampa, ¿no es así?
 
—¡Titiritero! ¿Cómo?

—Oh, ega lo más sencillo del mundo. ¿Cgeíais que vosotgos, un puñado de enmascagados pobgetones iba a engañagme? El Capitán Valog ese quegía intentag usagos como distgacción paga hacegme volveg a mi castillo. Le he pegmitido pensag pog un momento que lo había conseguido… Aunque ahoga él y ggan pagte de la Liga están… Atgapados.

—¿Y… ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estás? 

Tenía que salir y avisar a sus compañeros. Pero no había luz. No había luz. Estaba solo delante del Titiritero… ¿Por qué en persona? 

—A pesag de no seg nadie, me gusta sabeg quiénes son mis enemigos. ¿Vegdad, Luis? ¿Qué tal llevamos el pgoblema con la oscugidad?

Lo sabe. Lo sabe, lo sabe, lo sabe. Y lo más importante, conocería también las identidades de sus compañeros. No podía hacer nada… “Pum”, se llevó una patada en las costillas. 

—Es un castillo antiguo, pego entgre sus piedgas se esconde la última tecnología en segugidad. Sabemos dónde están tus amigos, sabíamos dónde estabas tú, aun convegtido en un saquito de cenizas. ¡Ha!

“PAM”, esta vez más fuerte. No veía nada. Intentó levantar los brazos para protegerse, pero se llevó otro golpe en la espalda. No podía hacer nada. Le golpeaban por todos los sitios, en la espalda, en la cabeza, en las piernas. El siguiente podía ser por cualquiera. Estaba mareado, no sabía si lo que le corría por la cara era sangre o sudor. Lo que había ido a hacer allí era matarle, y luego iría a por el resto. Un superhéroe con miedo a la oscuridad, un caramelo. Y una vergüenza. Iba a morir a golpes, apaleado en el suelo, sin capacidad de respuesta. Y después… Ellos. Ellos. 

—¡NOOOO!

Se incineró y ascendió hacia arriba, para luego materializar un puñetazo de repente… No dio a nadie. 

—Oh, vaya… 

Tenía que tener algún tipo de visor que le permitiera ver en la oscuridad, al contrario que él. Podía pegar puñetazos al aire inútilmente, pero lo más útil que podía hacer era escapar y alertar a sus amigos. Se convirtió en ceniza y se deslizó por debajo de la puerta. En la siguiente, ya había algo más de luz. Salió volando por el ventanal y llegó hasta donde estaba el Anillo escondido. Un grupo de soldados ya venía en camino. 

—¡Vamos, tenemos que huir, era una trampa!

—¿Qué?
 
—¡VAMOS! ¡Ya le partiremos la cara a ese gofre belga! 

Bajaron por la montaña hasta llegar al jet, y despegaron tan rápido como pudieron.

—Chicos… Tengo que contaros una cosa…

Por primera vez, había podido reaccionar en la oscuridad, y lo había hecho pensando en sus amigos. Tenía que haber confiado en ellos desde el principio.
«¡La próxima vez será distinto, Titiritero! ¡La próxima…»

¡EL ANILLO DE LOS CAMPEONES VOLVERÁ EN EL PRÓXIMO NÚMERO! CONTINUARÁ…

¡Gracias por leerme!

3 comentarios